Hace poco una compañera y yo exponíamos, en La Noche Europea de los Investigadores en Málaga y ante un grupo de interesados, en su mayoría jóvenes, los resultados de nuestro proyecto de I+D+i sobre Audiencias Activas y Periodismo . Aprovechábamos entonces para preguntar cuántos de ellos consumían ediciones digitales o versiones móviles de medios de comunicación, directamente o a través de sus perfiles en redes sociales. Las respuestas fueron en su mayoría afirmativas.
Las empresas periodísticas han incorporado, como estrategia para atraer usuarios en el actual contexto de cultura digital y web social, diversos mecanismos de participación online. Frente a soportes tradicionales, donde la participación está más limitada, hoy los ciudadanos pueden interactuar con los contenidos (comentando, compartiendo…) y con los profesionales del medio. Incluso es posible colaborar en su financiación a través de fórmulas como el llamado “crowdfunding” o micromecenazgo online. Estas prácticas requieren el desarrollo de una serie de competencias, entre la ciudadanía, que van más allá de las meramente instrumentales y tecnológicas. La llamada alfabetización mediática debe perseguir no sólo incrementar los niveles de lectura sino también promover una participación ciudadana de calidad. Una participación que garantice que los usuarios, cuando deciden interaccionar en red o enviar sus propios contenidos, respetan los derechos fundamentales. Y una participación que despierte una conciencia crítica ante los emitidos por los medios. Más aún porque éstos, quizás por la inmediatez que requiere la comunicación en red, difunden en ocasiones informaciones no verificadas online; o simplemente, emiten contenidos erróneos que, cuando no existe esta alfabetización, terminan convertidos en virales, amplificados por ciudadanos que se limitan a expandir mensajes que toman como ciertos.
Fijemos, además, la vista en los propios profesionales de la información, que, en un ecosistema digital sobresaturado de información y cambiante, ejercen a menudo funciones vinculadas a la selección de información y de recursos de terceros como base para la producción de contenidos propios, mediante prácticas como la remezcla o el bricolaje (“hazlo tú mismo”) -siguiendo la terminología de Mark Deuze-. En una de mis primeras clases, este curso, de Tipografía y Grafismo Digital, asignatura sobre infografía y, en general, información periodística visual, de la Universidad de Málaga, me sorprendí: quise recomendar a mis estudiantes, para las prácticas, algunos bancos de tipografías, vectores e imágenes que me parecían de calidad, de entre los numerosos que hay online. Algunos los conocían. Mi sorpresa no vino por ello; al fin y al cabo, los de la generación de los 90 y algo han crecido ya con Internet y la red forma parte de sus vidas. Mi estupor vino cuando les recordé la importancia de fijarse, al seleccionar tales recursos para sus diseños, en las condiciones de uso: a punto de finalizar el Grado de Periodismo, y trabajando ya muchos en medios, no tenían muy claro el sentido de las Creative Commons, un tipo de licencia por la que muchos digitales de reciente creación están empezando a apostar.
Podría comentar otras situaciones similares vinculadas a mi labor como técnico de innovación en la Universidad Internacional de Andalucía, donde asesoro a docentes de múltiple procedencia, edad y perfil. En todo caso creo que esta anécdota es significativa de un hecho que no tiene que ver con la edad -esto es, con la idea, algo manida ya, de inmigrantes frente a nativos digitales de Prensky-; ni siquiera con el mayor o nivel de intensidad de apropiación de los “social media” y, digamos, de vida digital, de los distintos usuarios -los visitantes frente a los residentes, como los llama David White-, sino con las llamadas competencias digitales o e-competencias.
El periodismo de calidad y de servicio público, esencial para fomentar el consumo mediático ciudadano, requiere de periodistas e-competentes. No se trata únicamente de estar online, de tener uno o varios perfiles en redes sociales, de poseer las competencias técnicas, instrumentales para gestionar tales perfiles o crear contenidos digitales, etcétera. Ser competente digitalmente implica conocimientos, habilidades y destrezas relacionados con el análisis crítico, la selección y la gestión de la información en red, o su uso responsable y coherente, al difundirla o emplearla para producir contenidos propios.
En los últimos años ha habido numerosas iniciativas formativas sobre alfabetización mediática en los niveles educativos básicos. Pero esta enseñanza-aprendizaje debe ir más allá de la escuela, implicando a padres y continuando en niveles educativos superiores y en la propia Universidad. Especialmente en los vinculados a la capacitación de perfiles profesionales ligados a la industria de contenidos digitales, una de las de mayor empleabilidad, según diversos informes nacionales y europeos. ¿Y qué pasa con quienes ya están en activo? No hay que olvidar que el actual contexto de Sociedad Red requiere un aprendizaje a lo largo de toda la vida (el famoso “long life learning”), puesto que incluso para los profesionales y ciudadanos que cuenten con cierto bagaje de experiencia y conocimientos, determinadas competencias digitales quedarán obsoletas conforme a los avances tecnológicos. Así pues, cualquier iniciativa, ya sea de tipo institucional ya sea impulsada por los propios ciudadanos, que fomente estas competencias y, por ende, la alfabetización, ya sea para visitantes, ya sea para residentes digitales, debe ser bienvenida.
----------------------------------------------------------------------------------------------------
Proyecto "Mejora de la Alfabetización para la promoción de la lectura "Nuevas formas de lectura de la prensa a través de Internet y dispositivos móviles".
Proyecto subvencionado por la Administracion de la Junta de Andalucía
Envíanos tus Comentarios